Estos tres últimos años se han despedido a varias decenas de miles de profesores, endurecido sus condiciones de trabajo, aumentado la ratio de alumnos por aula, y suprimido programas de atención a la diversidad y becas. Y lo que, en todo caso, podrían ser medidas coyunturales para la reducción del déficit, se consolidan en una ley orgánica.
Es tremendo ver como no falta financiación para sanear la banca, cubrir los agujeros de las autopistas, socializar las pérdidas de las grandes empresas y los proyectos fallidos, y, sin embargo, no hay recursos para la inversión de futuro más rentable de un país.
Pero la estrategia es deteriorar primero, para privatizar después lo que es de todos los ciudadanos.
Precisamente por eso, el profesorado, la Comunidad Educativa y la ciudadanía, tienen que ser conscientes y movilizarse: la enseñanza pública se defiende con la lucha y con la calidad. Porque si nos lo proponemos todos, la educación no se cambiará sólo con el BOE.
La Escuela Pública debe ser el eje vertebrador de un sistema educativo que asegure la equidad. Su función compensatoria, de dar más a quien menos tiene, es fundamental para luchar contra un fracaso escolar que afecta a los hijos de las clases más desfavorecidas.
Calidad también, porque las familias deben de tener claro que tienen a sus hijos e hijas en las mejores manos, las de un profesorado competente y comprometido con la educación, que defiende la escuela pública de todos y para todos. El reconocimiento que no dan al profesorado las autoridades políticas, lo obtiene de la ciudadanía y a ella no se la puede defraudar.
Decía Paulo Freire que solo hay dos tipos de educación: la bancaria y la liberadora. La primera considera al alumno como un depósito en el que se van acumulando datos y contenidos propuestos por una clase dominante. La educación liberadora ayuda a descubrir, a comprender y analizar el mundo y su pasado, con una visión crítica y científica, que tiene como objetivo una acción transformadora para crear un mundo más justo para todos. En la Escuela Pública, es esta última la que defendemos.
Es tremendo ver como no falta financiación para sanear la banca, cubrir los agujeros de las autopistas, socializar las pérdidas de las grandes empresas y los proyectos fallidos, y, sin embargo, no hay recursos para la inversión de futuro más rentable de un país.
Pero la estrategia es deteriorar primero, para privatizar después lo que es de todos los ciudadanos.
Precisamente por eso, el profesorado, la Comunidad Educativa y la ciudadanía, tienen que ser conscientes y movilizarse: la enseñanza pública se defiende con la lucha y con la calidad. Porque si nos lo proponemos todos, la educación no se cambiará sólo con el BOE.
La Escuela Pública debe ser el eje vertebrador de un sistema educativo que asegure la equidad. Su función compensatoria, de dar más a quien menos tiene, es fundamental para luchar contra un fracaso escolar que afecta a los hijos de las clases más desfavorecidas.
Calidad también, porque las familias deben de tener claro que tienen a sus hijos e hijas en las mejores manos, las de un profesorado competente y comprometido con la educación, que defiende la escuela pública de todos y para todos. El reconocimiento que no dan al profesorado las autoridades políticas, lo obtiene de la ciudadanía y a ella no se la puede defraudar.
Decía Paulo Freire que solo hay dos tipos de educación: la bancaria y la liberadora. La primera considera al alumno como un depósito en el que se van acumulando datos y contenidos propuestos por una clase dominante. La educación liberadora ayuda a descubrir, a comprender y analizar el mundo y su pasado, con una visión crítica y científica, que tiene como objetivo una acción transformadora para crear un mundo más justo para todos. En la Escuela Pública, es esta última la que defendemos.
Por todo ello es por lo que, desde la FECCOOCyL, llamamos a las familias a que matriculen en la Escuela Pública a sus hijas e hijos.
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